-¿Dónde naciste?
-En Valencia, en el centro de la ciudad. Yo era el mayor, Maruja y Pepe eran mis hermanos pequeños. Mis padres eran Salvador y María, que trabajaban en una fábrica de chapas y paneles. Mi madre dejó de trabajar allí cuando se casó. De pequeño me llamaban Borín.
-Eras muy joven cuando estalló la guerra, ¿tienes algún recuerdo de aquellos tiempos?
-Muy poco. Al parecer, cuando sólo tenía dos o tres años, cada vez que sonaban las sirenas corría al refugio cercano a mi casa. Sin pedir permiso ni esperar a mis padres. Cuando me preguntaban: ‘¿Dónde está Borín? Y alguien respondía: ‘Debe de estar en el refugio’ (risas). Éste es mi único recuerdo. Aparte de los billetes de Negrín (República) que tenía mi padre, que acabaron desapareciendo. Lo único que conservo de él son unas gafas que deben de tener más de cien años.
-¿Fuiste a la escuela?
-Sí, por supuesto. Iba a la calle Alboraya, cerca de mi casa, que estaba al lado de la «estacioneta», en la calle Santa Amalia, la misma calle donde estaba el refugio. Fui a la escuela hasta los 12 años, antes de empezar a trabajar. Primero en una tienda de ropa y luego en un bar como camarero, hasta que entré en Correos en 1962. Un primo de mi futura esposa, que era amigo de un jefe, me sugirió que lo hiciera. Hice los exámenes y acabé trabajando en Correos hasta que me jubilé a los 57 años.
-¿Con quién te casaste?
-Con Ángeles. A los 25 años, justo un año antes de entrar en Correos. Nos casamos en su pueblo, Recuéjar, que está en Albacete, aunque vivimos en Valencia hasta 1976, en que nos trasladamos a Ibiza. Allí, en Valencia, nacieron mis hijos Salvador, Toni y Francisco. Ahora tenemos cinco nietos: Alejandro, Sandra, Toni, Salvador y Yurena.
-¿Qué te trajo a Ibiza?
Mi cuñada, Josefa, que se ofreció a llevarnos con ella a su tienda de ropa, ‘Es Quinqués’, en plena calle Major. Alí trabajaba para Ángeles mientras yo seguía trabajando en Correos. Cuando pedí el traslado a Valencia, la gente de allí me dijo que Ibiza era tierra de salvajes (risas). En cuanto llegué me di cuenta de lo equivocados que estaban.
-¿Cuál fue tu sensación cuando aterrizaste en Ibiza?
-Supongo. Esperaba que Ibiza fuera una isla de salvajes y en su lugar encontré casas preciosas y buena gente. Nos gustó tanto que vendimos nuestro piso de Valencia y nos instalamos aquí definitivamente. Al principio vivíamos en la misma calle, frente al bar Mariano. Como era el cartero de la zona de Sa Penya y La Marina, me enteré de que el relojero de enfrente de Sant Elm vendía un piso a Felipe II y le pedí información. Me dejó las llaves para que se lo enseñara y Ángeles se enamoró del piso nada más entrar. Seguimos viviendo allí.
-¿Cómo recuerdas la zona de La Marina durante los años que estuviste allí como cartero?
-En mi última etapa en Correos, cuando estaba en la oficina, conocía a todos los hippies que venían a recoger cartas y paquetes. Nada más entrar, les decía si tenían o no algo en el buzón. Eran muchos y todos nos conocíamos en la calle Mayor. En general, la relación era buena. Una vez, mientras pescaba en la pared con mi hijo Salvador, el chico encontró un paquetito con una especie de pastilla de Avecrém. No sabíamos lo que era, pero mi hijo pensó que era un caramelo. Cuando se lo enseñó a su madre, ésta se dio cuenta de que olía a cáñamo y mi cuñada, que tenía experiencia, lo cogió y lo tiró por el retrete. Los hippies seguían viniendo del bar de al lado, «La oreja perdida», pidiendo esta «píldora Avecrém». Te aseguro que había cola (risas).
-¿Cultivaste alguna afición?
-Sí: los bailes de salón. Ángeles y yo siempre hemos bailado, desde que éramos solteras en Valencia. Nada de chachachá y cosas así, siempre hemos bailado el bolero, el tango, el rock o el swing, que está muy de moda hoy en día. Cuando íbamos a Ibiza, íbamos a bailar a sitios como Can Manyà o Cova Santa. Excepto los lunes, que cerraban todas las discotecas, cada día de la semana bailábamos en un sitio distinto. Íbamos cuando cerrábamos la tienda, a las dos o las tres de la madrugada. En casa nos daban 15 ó 16 trofeos. El último premio que recibimos fue hace un año, en el club de la tercera edad de Can Ventosa. Ganamos el primer premio, que consistía en dos ensaimadas así de grandes.
-¿Qué haces hoy?
-Disfrutar y vivir la vida, paseando con Ángeles. Hace unos meses Patricia nos ayudaba y cuidaba en casa. Es una pena que no pueda verla, porque es muy guapa (risas). Tengo retinosis pigmentaria, que me hace perder la vista poco a poco hasta quedarme ciega. Por suerte ahora la gente me conoce y cuando bailamos me disculpan si piso el pie de alguien (risas).