Tras más de medio siglo enfocados absolutamente al Turismo, anuncian que la escuela de hostelería de Ibiza estará operativa el año que viene. Es una buena noticia; desde hace algún tiempo leo los refrescos de los institutos para ponerlos en marcha en las cosas fundamentales.
Y confiemos que sea verdad que abra. Tras los continuos retrasos del parador parado y la depuradora inacabada, uno ya no se cree ningún anuncio a bombo y platillo por parte de unos políticos que solo piensan a cuatro años.
Los albergues son una opción profesional para muchos jóvenes. También la mar –así ha sido desde hace tres milenios, con grandes navegantes en la historia corsaria y comerciante, bravos pescadores y astutos contrabandistas–, en cuyo aprendizaje, profesional y recreativo, cumplen la función vital de los clubes náuticos.
Los garitos llevan muchos años quejándose de la falta de personal calificado. Es cierto que como más se aprende es currando, pero una buena formación lo hace todo más fácil y abre puertas por todo el mundo. Y sin duda se prestó atención a la cultura pitiusa, que siempre ha tenido una cocina estupenda y barmans generosos y confesores que suplían al psiquiatra (¡ah, ese suisse de absenta Marí Mayans o el palo con ginebra!).
Hoy la gastronomia pitiusa está algo diluida entre tanto gañán que viene a hacer el agosto. El más turístico del mundo es el fuego de los dioses de la vida y de los dioses y sus hijos. De ahí tanta cadena fusión de gusto uniforme o chefs estrellados que abren una franquicia donde lo único destacable es la cuenta. Por eso urge una escuela que respete la tradición del buen hacer pitiuso para los sibaritas nativos y forasters.
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